Es probable que, si hiciéramos una encuesta o una consulta popular para saber si las personas quieren que se bajen sus impuestos, obtendríamos una amplia mayoría por el “SI”. Si consideramos que el dinero que no damos en impuestos al Estado, podemos guardarlo en nuestros bolsillos, todos coincidimos que pagamos más impuestos de los que quisiéramos. Entre los más rechazados por los contribuyentes podemos encontrar Ingresos Brutos, Bienes Personales, Ganancias, Impuesto al Valor Agregado (IVA), Impuesto al Cheque, Inmobiliario y tantos otros de los que sufrimos los 365 días, y 6 horas, del año.
Sin embargo, existe un impuesto que escuchamos mencionar muchas veces, pero nadie explica: el impuesto inflacionario. Como no existe un ente que lo recauda, el contribuyente, que los paga religiosamente, no suele tomarlo en cuenta cuando considera su carga fiscal.
¿Inflación como impuesto?
Para comprenderlo tenemos que saber primero cómo se genera el concepto de inflación. El dinero, como cualquier otro bien, está atado a la ley de oferta y demanda: cuanto más abunda, menos están dispuestos los consumidores a pagar, pero cuanto más escaso es un bien, más deseado es por las personas y están dispuestas a pagar un precio mayor. Para cualquier teoría acerca de la inflación, cuanto más dinero hay circulando en relación a su demanda, las personas ven que les sobra un poco de dinero, por lo que salen a comprar las cosas que más desean consumir, que quizá antes no podían. Esto genera que una parte de comerciantes se dé cuenta que si suben los precios, moderadamente, no disminuye la cantidad de bienes que ellos venden, por lo que podrían ganar más. Este “exceso de oferta de dinero” genera que el proceso que comienzan unos, se traslade de un rubro a otro, ya que donde aumenta el precio de la harina, necesariamente aumenta el precio del pan, y consecuentemente, el precio de la milanesa. A medida que suben los precios, las personas pueden comprar menos bienes, generando un ciclo económico, cuyo desenlace es que las cantidades vendidas en la economía sean prácticamente las mismas, pero la etiqueta de precio de cada producto vaya aumentando poco a poco. En el largo plazo, por lo tanto, lo único que genera la mayor cantidad de dinero circulante es este proceso de “actualización”, al que llamamos inflación.
Tomemos el ejemplo de Juan, que en el año 2015 vendía el kilogramo de milanesas de carne a 100 pesos, y un año exacto después a 125 pesos. Podemos, entonces, decir que el precio de las milanesas aumentó 25%. Si la economía, en general, también acompañó ese aumento de precios, podemos concluir, que la economía aumentó sus precios, pero no sabemos si creció o no. Si en año 2015 vendió 1000 kg de milanesas, Juan facturó 100 mil pesos, y al siguiente facturó 125 mil pesos por la venta de ellas, podemos decir la cantidad de milanesas no cambió. No importa si Juan cree que es más rico que antes por haber facturado 25.000 pesos más… él no puede comprar más bienes que un año antes con el mismo trabajo.
Las personas pueden intentar contrarrestar la inflación buscando mantener su poder de compra, usando su dinero para algo que le devuelva una ganancia. Las más comunes son invertir en plazos fijos, otras monedas (usualmente, dólares), en la bolsa y bienes para vender especulando en que su precio subirá. Pero esto genera una problemática: en un país donde la economía en negro representa una porción significativa, existe una parte importante de la sociedad que no puede acceder legalmente al sistema financiero o bancario. Al mismo tiempo, son las mismas personas que suelen tener menos información y educación financiera para poder estar a la vanguardia de las de las “expectativas racionales”, que no es otra cosa que un término económico para llamar a la capacidad de las personas de mirar a su alrededor y adaptarse a los cambios que suceden en la economía. Entonces, muchos solo pueden ahorrar bajo el colchón, o buscar formas de perder menos ante la inflación, pero perder al fin, y aceptar que a medida que pasan los meses se vaya perdiendo progresivamente el poder de compra de su dinero. La consecuencia es clara: estas personas no tienen ningún incentivo para ahorrar o invertir.
¿Por qué existe?
Si bien es difícil comprender qué es lo que generaría que alguien quiera que los ahorros de cada uno valga menos, el proceso es creado por personas, ya que hay quienes no pierden con la inflación. Para terminar de comprender el proceso completo, es necesario también diferenciar los aumentos y los beneficios en cada sector. El aumento de precio de un producto no significa que toda la economía subió al mismo nivel. Si, por ejemplo, las milanesas de carne aumentaron 25% en un año, eso no significa que la inflación de cada producto de la economía fue de 25%, porque es probable que algunos aumentaron menos, y otros más. La inflación informada toma en cuenta una amplia canasta de productos diversos que son comunes en la economía. Que algunos que aumenten más que el resto, significa que hay algunos productos que “ganan”, y por lo tanto, hay sectores que están siendo beneficiados con la inestabilidad de precios.
Los productos que no pierden contra la inflación, suelen ser aquellos que son más necesarios para las personas, o los que están más arraigados en la cultura, como las ya mencionadas milanesas de carne para nuestro país. También puede suceder que no existan productos o servicios que logren reemplazar a los originales, por lo que la demanda está cautiva de ellos. Y por otro lado, puede suceder que las personas se van adaptando a la inflación a diferentes velocidades, ya que no es la misma información financiera y económica, ni su capacidad de procesarla, que cuenta un ama de casa, un comerciante, un taxista, el Ministro de Finanzas o el gerente de un banco. De cualquier manera, puede resumirse en que siempre hay tres grupos que se benefician por todo este proceso.
Beneficiario 1: financiar a algunos
Si el Estado gasta más que lo que ingresa a través de impuestos, debe financiarlo de alguna forma: por un aumento de impuestos, emisión de deuda o emisión de dinero (justamente, imprimir billetes de más para la economía). Si el Gobierno decide subir los impuestos, no solo puede generar que ciertos negocios ya no sean rentables, sino que además existe la posibilidad de incentivar el mercado informal, que no los paga, y así la recaudación podría incluso bajar, además del costo político que esto conlleva por estar subiendo impuestos. Si, en cambio, se pide prestado al exterior, como al Fondo Monetario Internacional, se promete pagar esta deuda y sus intereses a través de la recaudación de impuestos futuros, lo que podría significar subir los impuestos, que tiene un costo político alto. Cabe destacar que financiar proyectos específicos con deuda puede ayudar a solucionar problemas urgentes, lo que podría justificar el pago de esos intereses.
Por último, la emisión monetaria, tiene un costo político prácticamente nulo, porque las personas en general no están mirando cuánto dinero hay nuevo en la economía, sino que incluso tienen la impresión que “hay más dinero en la calle”. Es por esto que algunos políticos eligen esta forma de financiar los excesos de Gastos que hace el Estado: al usar este dinero discrecionalmente, pueden comprar voluntades que se traducirán en votos, y al mismo tiempo, pueden asegurar que ellos son responsables gestores por la bonanza económica que produce más dinero que antes, para que las personas puedan gastar más… pero ya hablamos de cómo termina esto.
Beneficiario 2: el poder de la negociación
En un contexto de inflación las personas empiezan a pedir aumentos de salarios para poder comprar las mismas cosas que antes, pero, para una gran parte de la economía, no suceden a través del arte de magia sino a través de paritarias. En ellas, se sientan el Gobierno, el gremio (en representación de los trabajadores) y la cámara empresaria del mismo sector, intentando encontrar un equilibrio para el aumento que no ahogue la economía. Lo que raramente se dice, sin embargo, es que los representantes de grandes gremios y empresas tienen mayor capacidad de negociación que los pequeños. Los empresarios pueden pedir trato preferencial con el gobierno por el tamaño que representan en la economía, y los gremios pueden presionar con paros generales o protestas, por lo que es improbable que salgan de una reunión con un desenlace que no les sea favorable. Cabe resaltar que algunos políticos también son beneficiados porque venden que gracias a su excelente gestión existe el incremento salarial.
Podemos resumir el proceso en la siguiente premisa: la inflación concentra el poder. Los perdedores son los trabajadores, los pequeños gremios, los pequeños empresarios y, por supuesto, los políticos opositores que no pueden adjudicarse los aumentos como sí los oficialistas.
Beneficiario 3: en el caos, algunos prevalecen
Las personas con más información financiera pueden intentar estar un paso adelante que el resto sabiendo dónde invertir, dónde no, qué productos subirán sus precios, si conviene comprar bonos o acciones, entre otras opciones. La falta de certidumbre va haciendo cotizar el miedo en las personas, y reaccionan refugiándose en lo que creen seguro: en Argentina, el dólar. Pero éste, en general, no hace ganar a las personas dinero, sino que apenas mantiene el valor real de sus ahorros.
Mientras que, en Argentina, durante el año 2017 el dólar subió alrededor de 24%, que es un valor cercano a la inflación, los plazos fijos devolvieron al usuario cerca de 28% y los Fondos de Inversión de tasa mixta (que incluyen bonos, acciones y monedas) promediaron el 46%. La diferencia entre tener educación financiera y no tenerla significa resignar al menos 18% de las posibles ganancias sobre el dinero invertido, que es la diferencia entre el plazo fijo tradicional y lo que pagan los Fondos de Inversión mencionados. Pero si intentamos encontrar inversiones con ese nivel de ganancias, de bajo riesgo, en una economía sin inflación, fallaríamos reiteradamente. Es por esto que podemos inferir que las personas con mayor educación financiera no tendrían estos beneficios extraordinarios en un contexto diferente al que tenemos.
Los beneficiados de siempre
En conclusión, resta solo sumar factores: los beneficiarios son los grandes políticos, los grandes gremialistas y las personas con mayor educación financiera, que suelen ser los ricos. Los de siempre. Esto no significa que todos los políticos, gremialistas y ricos sean malos, sino que muchos son víctimas de un sistema corrupto pensado para estafar sistemáticamente al ciudadano, sin tener capacidad u opción de modificarlo.
¿Y los perjudicados? ¡Adivinaron! El resto de los ciudadanos. Son ellos los que deben presionar para que la inflación baje, porque atenta contra la capacidad de ahorro y planificación de cada uno. Sin esta presión no sucederá porque existen algunos con mucho poder que prefieren este sistema que los beneficia, a uno en el que las personas se den cuenta que alguien está sacándole todos los meses un poco de sus bolsillos para poner un poco más en los propios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario