viernes, 11 de septiembre de 2015

Cambiemos... ¿o cambien?

Si uno conversa con las personas, de casi cualquier realidad socio económica y cultural, la gran mayoría coincidiría con la siguiente premisa: “Los políticos son unos ladrones y una porquería”, como si fuera una máxima bajo la que rige la realidad argentina. Hay quienes consideran que esto no es representativo de la sociedad, pero… ¿es relevante si la realidad es diferente? ¿Acaso la sola percepción de dicho dogma no genera por sí misma una paralización de las personas para con cualquier actividad o motus político, como si fuera “una sensación de inseguridad”? Me tomaré el atrevimiento de describir algunos de estos preconceptos, y las consecuencias en las personas.

Frustración ante la falta de meritocracia

Los procesos de selección para tanto puestos que deberían ser por trayectoria, como políticos, en gran parte dependen de los contactos que tengan las personas; el amiguismo. Ese proceso contabiliza tantos casos, que prácticamente todas las personas conocen de haber conseguido trabajo o puestos por tráfico de influencias. Eso no implica no seleccionar a quién uno quiere para un puesto, pero sí implica dar oportunidades iguales en caso de no presentarse ante la necesidad de plena confianza del empleador por la calidad del material que se maneje. Ésto genera una clara reacción negativa ante el mercado laboral y un descreimiento de las capacidades y buenas intenciones de las personas hacia quienes tienen puestos de relevancia. Lo único que afecta ésto, es la expectativa que tienen las personas de bajos recursos en alcanzar la clase media, ya que consideran que sin contactos, no podrán llegar, y por una realidad socio cultural, no suelen tener acceso a ellos.


“No hacen nada”

La percepción que existe ante las obras públicas y calidad de la gestión en las diferentes áreas, lleva a que la mayoría de las personas descrea que los políticos están para servir al ciudadano. Sucede que usualmente se está por detrás de las necesidades de las personas; la provincia se inunda, después de muchos años en los que se prometen obras y la percepción de las personas, es que los políticos están prometiendo sin llegar a hacer lo necesario, y bien tantos otros ejemplos en los que el accionar del Estado no alcanza el nivel que es necesario para que las tragedias no sucedan.

Falta de divisiones reales entre los partidos políticos

Las discusiones políticas deberían tener muchos matices, que suelen darse donde realmente la población está comprometida con mejorar el país, pero en los países donde falta compromiso, tiende a haber una polarización entre dos partidos, o un oficialismo y una oposición. En democracias que podrías llamar más avanzadas, debido a una mayor satisfacción de la población con el sistema de representatividad y representantes, suele haber congresos moderados donde la discusión ideológica queda de lado, para pasar a tener discusiones procurando el mejor proyecto de ley posible, o bien, la gestión del dinero en pos de servicios al ciudadano. Eso no significa que sean democracias perfectas, pero los matices de ideología suelen ser representadas con una mayor independencia de cada fuerza con bancas. Este mismo análisis traído a la realidad Argentina, nos presenta un panorama que a simple vista es esperanzador, ya que existen muchos bloques diferentes dentro del Congreso. Pero no se dejen engañar: la mayor parte de dichos bloques, han votado en conjunto con el oficialismo la mayoría de las leyes. Incluso, muchos consideran que esto sucede a cambio de dinero, favores, inmunidad, contratos, o simplemente, poder.

Clientelismo y sistema electoral

Casi todos coincidimos que es inhumano dejar que alguien muera de hambre, y que es responsabilidad de todos preocuparnos porque eso no suceda, y la mayoría coincidiríamos que el Estado puede ser una herramienta para facilitar esa trabajosa tarea. También coincidiríamos que el Estado debe asegurarse el acceso a la educación básica, de forma que todos los ciudadanos tengan las herramientas para expresarse, pensar por sí mismos y desarrollarse. Y por supuesto, también coincidiríamos que el acceso a la salud pública primaria es necesario para también salvaguardar la vida de las personas, cuando están en peligro. Y nuevamente, para cuidar la vida de los ciudadanos, también es necesario que el Estado cumpla con otras funciones, como la seguridad, la Justicia, y la creación de leyes.

El problema existe cuando el Estado utiliza dichas herramientas para dar privilegios a unos, o castigos a otros; una discriminación para quienes piensan como uno, o diferente. Y hemos llegado a tal nivel de conocimiento de estos casos, que una parte de la sociedad cree que los planes sociales únicamente los reciben quienes son adictos al gobierno de turno, sin tomar en cuenta que muchas familias que reciben esa ayuda, realmente la necesitan.

Sin embargo, tendré que ser duro: ese sistema clientelar, no es otra cosa que lo que dicta la ley de oferta y demanda. Si hay quienes quieran comprar votos, habrá interesados en venderlos por algún precio. Y en contra de todo lo que muchos puedan llegar a opinar desde una posición ética, lo que hacen TIENE SENTIDO.

Quien vende su voto está recibiendo algo tangible a cambio de la perpetuación de un sistema que les brinda algo a cambio, mientras que la mayoría de los cambios que otros proponen, no ofrecen nada que las personas puedan oler, tocar o comer en el día de hoy, sino que prometen estabilidad y trabajo a futuro. ¿Qué incentivo tendría esa persona para cambiar un sistema que le entrega algo, para uno que no le entrega nada con seguridad? Por el lado de los compradores de votos, ellos se aseguran que exista una perpetuación del sistema, privilegios para ellos, y sin ningún tipo de consecuencias: aún nadie perdió en La Argentina una elección como voto castigo por este tipo de acciones clientelares, ni tampoco hubo nadie juzgado por malversación de fondos públicos, por lo que no existen incentivos para que dejen de hacerlo.

Si quieren, puedo explicarlo en términos teóricos que si bien son altamente complejos, quienes los comprendan podrán captar la genialidad del razonamiento detrás de las decisiones de quienes son partícipes de esto: es un caso de “viveza criolla”.

¿Existen diferencias, entonces, entre unos y otros políticos?

Sí. Y muchas. Pero eso no significa que siempre sean relevantes para la población, ya que si hacemos una breve encuesta en la calle, o hablamos con algún señor en un bar (donde las verdaderas opiniones de valor suceden), nos encontraremos que ya tienen una posición cocinada acerca de los políticos: son todos corruptos. Si uno intenta que se hagan excepciones, nos encontramos con un panorama sombrío pero real: casi ningún porteño puede nombrar a sus comuneros (siendo 7), o siquiera 10 de los 60 legisladores, o bien, 20 diputados o 10 senadores. Y quien no puede nombrar, no puede conocer, y mucho menos diferenciar. Y lo mismo sucederá con cada distrito electoral del país, donde se pregunte por sus concejales, diputados provinciales o nacionales, y senadores.

Eso no significa que a las personas no les interese el país, o sus distritos. Simplemente, nadie que trabaje, estudie, tenga una familia y no se esté dedicando a la política, tiene tiempo para realmente interiorizarse en cada aspecto que se trata, sino que eligen informarse por medios de comunicación que simplemente, seleccionan lo que consideran que generará más lectores o más rédito para el medio que se publique. Creanme, no suele estar en el top 10 la discusión sobre si aceptar o no la construcción de un puente o cómo se está usando el presupuesto en educación, a menos, que haya un escándalo. ¿Es acaso, entonces, culpa de los medios de comunicación? En absoluto. Sus clientes siempre pueden optar por mirar otros medios. El problema, me temo, es el cliente. Sí, usted. El problema es que las personas están casi desesperadas por juzgar a todos los políticos por igual, y por lo tanto, eligen no informarse al respecto. El problema es no embarrarse y querer saber qué necesitan las personas, en vez de juzgarlas como responsables del sistema clientelar. El problema es que incluso cuando muchos apoyan un eslogan como “Cambiemos”, ellos pretenden que quienes cambien sean los políticos, pero no ellos.

¿Hay, entonces, políticos coherentes? ¿Hay quienes trabajan por mejorar el estándar de vida de los ciudadanos, sin importar si son oficialistas u opositores? ¿Hay quienes denuncian los atropellos a las instituciones? ¿Hay quienes utilizan a la Constitución Nacional como estandarte? Sí. Los hay. No me corresponde juzgar si son honestos o no… pero sí puedo decir que los ciudadanos de las ciudades donde gobierna Cambiemos, han mejorado su estilo de vida. Ya no se inundan como antes, los tiempos de viaje se han acortado, y se han mejorado los espacios verdes de los vecinos, y acercado la gestión hacia ellos. Sin importar qué ideología puede decirse que son, existen quienes han hecho de su gestión una ideología.

Pero se equivocan si cree que eso es suficiente para ganar el 25 de octubre. Este cambio necesita ser cultural: necesita de quienes creemos en la meritocracia, e incluso de quienes subieron puestos sin merecerlos; de quienes ven qué se hace, y de quienes no lo ven. Este cambio necesita que te involucres y veas cómo vota cada diputado y cada senador de tu distrito, y le pidas explicaciones por las veces que votó en contra de los intereses de las personas de tu provincia. Este cambio necesita que incluso los políticos que se han ido reciclando, trabajen de la mejor manera posible por el país. Este cambio necesita de quienes toman en serio las necesidades humanas, y la importancia de la salud y la educación de cada uno, con nombre y apellido, sin tratarlos como si fueran un número de documento más que tiene que votar. Este cambio necesita de quienes pueden ayudar a otros a desarrollarse mejor. Este cambio necesita de todos aquellos que deseamos un cambio: bomberos, policías, médicos, gasistas, amas de casa, desempleados, economistas, vendedores ambulantes y grandes comerciantes, pasteleros, obreros, Testigos de Jehová, estudiantes. Todos.

Pero todo cambio necesita un punto de quiebre. Ese punto en el que uno decide dar un paso en una dirección, y no volver atrás. Ese punto en el que alguien decide dejar de fumar; en el que se decide casarse o bien decide salir a vivir solo, lejos de sus padres. El punto en el que uno se la juega en una inversión, corriendo el riesgo de perder pero también sabiendo que se puede ganar. Ese punto de quiebre, está llegando; y será cuando tengamos que salir todos los argentinos a cuidar los votos, para que el cambio sea posible. Ese 25 de octubre, ¿dónde querés estar? ¿Entre los que quieren construir el cambio decidiendo ese día no volver a la vieja política, o entre los que creen que el cambio tienen que hacerlo los otros?

Cambiemos. Juntos. Todos.