jueves, 26 de enero de 2017

Hacia un país sin populismo

Es probable que si hiciéramos una encuesta o una consulta popular, para saber si las personas quieren que se bajen sus impuestos, obtendría una amplia mayoría el “SI”.
Sin embargo, habría planteos de algunos sectores, como por ejemplo, a quiénes afectan más los impuestos; si efectivamente los impuestos altos ayudan a subsidiar a los pobres y mejorar su estilo de vida, o si es solo una ilusión, o cuál es el óptimo de impuestos a lo que debe apuntarse: Diez por ciento? Veinte? Treinta? Cuarenta? Pero más compleja es la pregunta de: qué recortamos? En cuánto tiempo podemos recortar eso? Aplicamos política de shock, o gradualismo?
No es secreto que una amplia mayoría de economistas, cree que las políticas de shock son más efectivas. Pero he aquí lo que nos compete hoy: ¿puede ser que esas políticas hayan creado las condiciones para el crecimiento del populismo en Sudamérica?
La reincidencia
El plan Real en Brasil fue un éxito bajo cualquier análisis posible. Pasó de una inflación por encima del 40% mensual, a 3% durante el segundo semestre de 1993. Con este plan económico como estandarte, Henrique Cardoso es elegido Presidente en 1994, y reelecto en 1998. Pero en el 2002 ganó Lula, quien en los siguientes 8 años, fue ahorcando a la gallina de los huevos de oro cada vez un poco más, y dejando el poder con una carga fiscal todavía sostenible. La caja fue utilizada con fines electorales, pagando el “bolsa familia”, obra pública, entre otras cosas.
Pero Dilma, terminó de dilapidar el plan de Cardozo, generando una estanflación que cualquier economista serio podría haber predicho.
El caso de Perú, es quizás más llamativo: en 1990, después de 5 años de presidencia de Alan García con políticas de expansión monetaria en Perú, el equipo del recientemente electo, Fujimori, anunció el plan de shock económico con las famosas palabras “Que Dios nos ayude”, buscando eliminar la híper inflación que había heredado. El Inti, la moneda peruana, no valía nada. El plan económico de shock impulsado, logró que un año más tarde, la inflación fuera prácticamente inexistente. Luego de 11 años, a Fujimori lo sucedió Alejandro Toledo, en el 2001, que aplicó políticas de apertura económica, baja impositiva y respeto por las instituciones. Sin embargo, durante su presidencia tuvo momentos con 8% de aprobación según las encuestas, y pasó por una crisis muy fuerte de gobernabilidad. Alcanzó con más pena que gloria el final de su mandato, en el 2006, para tener que entregarle la presidencia nada más, y nada menos, que a Alan García. Sí, el mismo que generó la hiperinflación y colapsó la economía y la moneda.
En nuestro país, salimos de una hiperinflación por el plan de convertibilidad. Se buscó bajar el altísimo gasto que se tenía en el Estado, privatizando las empresas estatales que además de ser deficitarias y tenían un exceso de empleados, también eran extremadamente ineficientes e ineficaces. La población en ese momento, estuvo de acuerdo con gran parte de las medidas tomadas. Incluso, fue un gobierno peronista el que tomó esas medidas tan poco populares si las pensamos hoy. El plan fue un éxito, a pesar de tener sus grandes fallas: las concesiones para exportar mercados al comprar las empresas estatales, debían ser de 5 años de exclusividad. Sin embargo, esta medida no fue levantada. A pesar de todo, a grandes rasgos, se aplicó estas medidas de shock. En 1999 se votó un cambio de formas, ya que era conocida la corrupción de Carlos Saúl, pero la Alianza no prosperó, y se encontró con una grave crisis de representatividad tan solo 2 años después, al grito  “Que se vayan todos”. Conocemos esta historia: no se fueron todos. En las elecciones del 2003, entraron 2 peronistas al ballotage, y La Argentina volvió a caer en el peronismo y populismo. Cabe resaltar que nada más y nada menos, el que ganó la Primera Vuelta Electoral, fue el Senador Carlos Saúl Menem, con una imagen negativa de 68% para ese entonces.
Vamos encontrando un patrón: la efectividad de la política de shock es indiscutida… económicamente.
Cada vez que sale un gobierno populista del poder, sin un plan de largo plazo, viene después uno no populista, que se encarga de hacer las reformas necesarias para que no colapse el país en default, déficit enorme, y otros males económicos.
Pero este cortoplacismo por corregir las desviaciones del mercado y el mal accionar de los políticos de turno, cuando usan la caja del Estado para solo pensar en ganar votos, no ha tenido el efecto deseado en Sudamérica. El populismo, vuelve. Electoralmente. En algunos casos, más de una vez. El costo social y económico de las crisis provocadas por esta reincidencia al populismo es incalculable. Debemos ser conscientes que no acompañar los cambios económicos con un cambio cultural, es probable que nos dirija nuevamente a este populismo.
¿Reformas no populares?
Nunca un monopolio va a estar contento de tener que competir, por lo que siempre habrá quienes estén contra cambios que introduzcan mayor competencia, si ellos se ven beneficiados porque ésta no exista. Parece obvio, pero no lo es cuando son sectores grandes de la economía los que hacen este lobby y se victimizan ante la opinión pública. Puede suceder con gremios, empresas con acuerdos con un gobierno, “proteccionismo”, y otras formas de distorsiones. Es natural que estas personas y empresas intenten cuidar su propia gallina de los huevos de oro haciendo todo lo posible por mantener sus ganancias extraordinarias o beneficios. Intentar reformar todos estos sectores con intereses económicos al mismo tiempo, genera un lobby que podría desencadenar en conflictividad, paros generales, y otras formas de presión, quizás hasta desestabilizando la gobernabilidad.
Sin embargo también existe otro grupo que se encuentra expectante de las reformas propuestas, que no se ve afectado directamente por ellas, con mayor o menor impacto en la opinión pública. Pero no debemos olvidar, que muchas reformas posibles sí las afectan indirectamente: por ejemplo, bajar el gasto público, reducir el déficit o aumentar la eficiencia del Estado, puede usarse para bajar impuestos, y esto sí puede afectarlos. Si la comunicación acompaña, estas reformas propuestas podrían incluso gozar de popularidad.
Queda claro, entonces, que no puede reformarse todo al mismo tiempo, y que la comunicación a los sectores que son beneficiados indirectamente por los cambios, es prioritario. Comenzar las reformas por los sectores que mayor impacto tienen en las arcas del Estado parece ser lo natural, buscando no crispar a más de uno al mismo tiempo, ya que como bien sabemos, los sectores conflictivos (léase kirchneristas, gremialistas alineados con el anterior gobierno y organizaciones sociales), se sumarán a cualquier reclamo que exista. Por lo tanto, es necesario que los cambios económicos sean contemporáneos a otros culturales, en los que las personas dejen de elegir ese populismo.
Cambio económico, y cultural
La Argentina, así como lo países de la región, se han enfrentado en varias ocasiones a una disyuntiva muy importante: crecer a tasas chinas, con la posibilidad de una crisis una vez por década (empíricamente hablando), o crecer a tasas europeas de entre el 1 y 2 % anual, pero esto claramente no es tan apetecible electoralmente, porque no puede venderse como el milagro generado por el político de turno. Hasta ahora, nuestro país ha elegido una y otra vez el exitismo del político que puede mostrar cualquier esbozo del milagro alemán. No es solo en la elección de políticas que debe cambiar nuestro país, sino también en su elección de largo plazo. Para esto, las personas deben comprender que la riqueza la generan las personas, con su trabajo, y no los políticos.
No todo lo que ha hecho el gobierno de Cambiemos hasta la fecha fue perfecto; no hay gobiernos perfectos. Pero queda claro que los objetivos en el corto y mediano plazo, son cambiar el paradigma de La República Argentina, donde el peronismo es el único que puede terminar los gobiernos. La receta del shock hace que vuelva ese populismo que tanto mal le hace al país. ¿Queremos a Wado de Pedro Ministro? ¿Máximo Kirchner Presidente? ¿Ottavis en cualquier lado? ¿A Cabandié bancándose ser embajador?
John Maynard Keynes aseguró que la economía era como un motor: es necesario una chispa para arrancarla. De la misma forma, algunos piensan que los problemas económicos son como una enfermedad, que debe ser curada: una muela picada, o un cáncer, que hay que extirpar cuanto antes. Pero se olvidan que la economía no es un motor, ni los problemas económicos son una enfermedad. La economía, y la política, son personas. Detrás de cada acción, de cada patrón o estadística, hay personas con nombre y apellido: madres, padres, hijos, hermanos, que sufren ante las malas decisiones que se toman desde la cúpula política, y quieren ser libres para decidir sobre sus vidas. La economía, es orgánica.
Pero necesitamos que los cambios puedan mantenerse en el tiempo, y eso se traduce en victorias electorales. No nos olvidemos: no hay cambio sin las personas. Sin ellas, volveremos a cometer, como país, los errores pasados. Con ellas, podremos decir que realmente #Cambiamos.